Javier Melloni

En este dejarnos ir vamos alcanzado otro modo de existencia, renunciando a afirmarnos atrincheradamente para vivir en estado de receptividad y transparencia. La disminución de nuestra voluntad de afirmación deja paso al Hijo y nos hace Hijos. La filiación nace de la conciencia cada más nítida de no pertenecerse a uno mismo, sino de saberse continuamente recibido. Este despertenecerse hiende regiones hacia la Otredad, una Otredad que nos dispone a recibir la alteridad de los demás y nos rescata del exilio de vivir blindados.

Orar es pronunciar el Tú primordial en el cual nace la conciencia de un yo que diciendo Tú regresa a su matriz originante.

no-hacer-nada-por-sí-mismo no es la alienación de quien no sabe asumir la propia existencia, sino todo lo contrario: orar es conjuntar el centro de las propias decisiones con el Centro del que dimana la realidad. Orar significa tomar distancia respecto de la inmediatez de las cosas para percibirlas desde su fondo y discernir su dirección.

Orar implica cambiar de perspectiva y tomar empuje para actuar bajo la luz que se ha recibido: «Lo que he visto estando junto al Padre, de eso hablo» (Jn 8,38). Orar es abrirse para ver y escuchar al mismo tiempo, dos modos de recibir, de dejarse impregnar, para poder configurarse desde la raíz de modo que el actuar proceda de Él.

«Yo le conozco y guardo su palabra» (Jn 8,55). Por ello, Jesús se levantaba muy de madrugada: para nutrirse de la Fuente que manaba en lo hondo de su persona, lo cual le permitía percibir durante la jornada manantiales de la misma Fuente por doquier.

Percibimos la profundidad de lo exterior en función del espacio que habitamos en nuestro interior porque no vemos la realidad tal como es, sino tal como somos.

No hay otro modo de alcanzar lo divino que a partir de lo humano mismo, yendo a su fondo último, perforando la cáscara que se resiste.