«Sálvese quien pueda»
gritó el capitán, desde cubierta,
con tiempo malo y tenaz lluvia,
en el frenesí rodaron los amantes,
se deshicieron tiernos, flamantes matrimonios,
cada uno para sí y por sí,
nada más que uno, número impar.
«De todos los números, el uno es el imponente, solitario.
Cifra del horror y del miedo
—me dijo el capitán—
evítelo, como a la peste,
o bien ámelo más que a su madre,
de por sí y para sí,
sin transar jamás, sin pactos ni vacilaciones,
tiránicamente uno»,
creo que los dos entendimos bien,
a bordo del naufragio,
él mirando compasivamente a la gente que saltaba hacia los botes
en la dura empresa de sobrevivirse,
de sobrevivir al mar al agua a La lluvia a la sed
al cansancio de nadar
al hambre a la enfermedad a la ruina al frío a la soledad
a los peces voraces —en su lucha por sobrevivir—
a los pájaros salvajes —más salvajes cuando está próxima la muerte—.