Para Neumann, «el caldero mágico o la olla está siempre en las manos de las figuras femeninas, dotadas de mana: la sacerdotisa y, más tarde, la hechicera».26 La primera actividad religiosa no fue la contemplación de la eternidad, sino la lucha por la supervivencia; fue «práctica, no especulativa», como señala Briffault se relacionaba, sobre todo, con las necesidades cotidianas.