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John Boyne

Quedaos en la trinchera y luego corred

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  • adrilurosadalıntı yaptıgeçen yıl
    asesinar al prójimo. Me crie rodeado de violencia, ¿es que no lo ves? La aborrezco. Lo que mi padre me hizo… me dejó una cicatriz que no se cura, eso es todo. Sin embargo, si ahora saliera a la calle y le diera un martillazo en la cabeza a un hombre, si lo mandara con su Creador, me meterían en la cárcel. Hasta podrían ahorcarme. Pero, como me negué a ir a Francia a hacer lo mismo, me metieron igualmente en la cárcel. ¿Puedes decirme qué tiene eso de justo? ¿Qué sentido tiene?
  • adrilurosadalıntı yaptıgeçen yıl
    Claro que tenía miedo. ¿Qué clase de loco no tendría miedo de ir a un país extranjero para cavar trincheras y matar a todos los desconocidos que pudiera antes de que un desconocido lo matara a él? Solo un chalado no tendría miedo. Pero no fue el miedo lo que me disuadió de ir, Alfie. No fue saber que me herirían o me matarían. Fue lo contrario. Fue el hecho de no querer matar a nadie. Yo no vine a este mundo para asesi
  • adrilurosadalıntı yaptıgeçen yıl
    Entre otras cosas. Aunque el propósito de la
  • adrilurosadalıntı yaptıgeçen yıl
    política debería ser hacer cosas, no solo hablar de hacerlas, ¿no crees? Pero, si no nos mezclamos con la gente, empiezan a pensar que les hemos olvidado y se ponen a buscar para ver si algún otro puede hacerlo mejor. ¿Sabes quién me dijo eso?
    —No, señor.
    —El rey
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    Neurosis de guerra —respondió.
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    Quedaos en la trinchera y luego corred;
  • adrilurosadalıntı yaptıgeçen yıl
    porque, todas las tardes, cuando su padre regresaba de la vaquería, contaba a Margie hasta el último detalle de su jornada, y los dos se reían en el sofá mientras él le explicaba que el tonto de Daly había dejado media docena de lecheras en el patio sin ponerles la tapa y los pájaros habían estropeado la leche. O que Petey Staples se había encarado con el jefe y éste le había dicho que, si seguía quejándose, tendría que buscarse otro empleo donde aguantaran esas sandeces. O que el Señor Asquith había hecho más caca que en toda su vida delante de la casa número cuatro de la señora Fairfax, que, según decía ella, era una descendiente directa del último rey Plantagenet de Inglaterra y merecía estar en un sitio mejor que Damley Road.
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