Ricardo Chávez Castañeda

Mi primer beso es una tarde que nunca será la misma,
un pantano caliente,
una serpiente en la boca,
una promesa como cadena perpetua

Primero hay que recordar y luego hay que tratar de respetar ese recuerdo.

Es mejor conocer el amor aunque después se vaya.

A través de mi llanto tuve cuatro revelaciones:
A) las lágrimas necesitan ayuda,
B) los niños están solos,
C) a veces los cuerpos no nos necesitan para actuar por su cuenta y
D) se puede llorar sin dolor.

Creo que es importante, ¿saben?, aquel día fue una de las primeras veces en mi vida que lloré sin motivo, en silencio y sin testigos.

Lloré mucho tiempo en silencio, sin abrir la boca y, quizá también por primera vez, el llanto no me alivió.

Supongo que también fue la primera vez que supe que a veces no solo las lágrimas no te ayudan, sino que ellas mismas, las lágrimas, necesitan de nuestra ayuda.

C) Tercer lugar: mi cuerpo que un día no me necesitó para actuar por su cuenta
Siempre que cuento esta historia doy la impresión de que aquel Ricardo de once años comprendía lo que estaba sucediéndole, pero es falso.
Para mí el misterio mayúsculo de este recuerdo es el momento en que mi boca, como ya dije, se abrió sola y sola empezó a murmurar: “que me diga que No”, “que me diga que No”.
En realidad todo comenzó antes. Mi cuerpo empezó a actuar sin mí desde que empezó a sentirse mal. Por sí mismo se puso como enfermo y luego, por sí mismo, se salió de la casa sin avisarle a nadie. Por sí solo se sentó en la banqueta sin pedirme permiso; por sí solo comenzó a mecerse; por sí solo empezó a sufrir sin explicarme por qué.

Un niño que llora sin ayuda, un niño que llora lejos de todos los demás, un niño que llora sin motivo.
Si me lo hubieran contado en esa época, no lo hubiera creído. Para mí el llanto siempre era consecuencia. Con el llanto aliviabas el dolor de las rodillas, de las muelas, de los oídos. Siempre se necesitaba de la existencia de un dolor previo y que ese dolor fuera gigantesco para que los ojos se te desbordaran de lágrimas.
Pero… ¿llorar sin dolor?
Fue como si mi cuerpo hubiera decidido revelarme a mí, a Ricardo, lo que yo le había provocado sin darme cuenta por decirle esa oración tan larga a Delia que empezó con “te acompaño a tu casa” y terminó con “¿quieres ser mi novia?”.

Creo que todos los acontecimientos importantes que nos suceden —y que después somos incapaces de olvidar— perduran en nuestra memoria precisamente porque tienen una parte incomprensible, enigmática, rara, y precisamente por eso se convierten en nuestros recuerdos inolvidables. Eso fue para mí el llanto de aquel día: lágrimas que necesitan ayuda. Y una completa soledad. Y un cuerpo que un día no me necesitó para actuar por su cuenta. Y “sin dolor”.