Fania Oz-Salzberger

Alıntılar

Adal Cortezalıntı yaptıgeçen yıl
¿Por qué razón plantear preguntas es el pasatiempo judío favorito?
El hebreo bíblico no poseía signos de interrogación y, sin embargo, el Libro de los Libros está lleno de preguntas. No las hemos contado todas, pero a juzgar por la predominancia de los qué y cómo, y de los quién y por qué, puede muy bien ser el más inquisitivo de las Sagradas Escrituras. Bastantes de las preguntas, es cierto, son retóricas, al proclamar la gloria de Dios. El propio Dios es un gran interrogador. Las respuestas a algunas de sus preguntas pueden parecer evidentes, pero no lo son. Un lector moderno aún puede considerarlas como profundos enigmas inquietantes. Así son las primeras preguntas que alguna vez se plantearon:
Dios a Adán: «¿Dónde estás?», y: «¿Quién te ha dicho que estás desnudo?».
Dios a Eva, y luego a Caín: «¿Qué has hecho?». Dios a Caín: «¿Dónde está Abel tu hermano?».
Y Caín, el primer hombre en contestar a una pregunta con otra pregunta, descaradamente irreverente, más tenebrosa que el más tenebroso tono de jutspá: «¿Soy acaso el guardián de mi hermano?».
Sí, hermano, lo eres. ¿O no lo eres?
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Por supuesto que los libros estaban considerados como sagrados; pero den a esto la vuelta y verán a un pueblo que amó los libros hasta tal punto que los hizo sagrados. Entonces ¿qué fue antes? ¿La santidad o los rollos? Nosotros tenemos una respuesta y los creyentes tienen otra. Pero también vale la pena observar que después de la destrucción del Segundo Templo, solo los libros se mantuvieron sacrosantos, y ciertas palabras. Nada más. Ni templo, ni reliquia, ni dinastía apostólica. Los rabíes solo son humanos; las estatuas sagradas y las imágenes, totalmente inaceptables. Expulsados lejos de Jerusalén, privados de los Tabernáculos y de la Menorá, el gran candelabro del Templo, solo los libros quedaron en pie.
Así que cuando corrías para salvar la vida, huyendo de la masacre y del pogromo, de la quema de hogares y sinagogas, eran los niños y los libros lo que te llevabas. Los libros y los niños.
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Si el mundo moderno ha adoptado características tan judías como la angustia existencial, la inquietud nómada, el multilingüismo y las capacidades mediadoras, entonces el mundo moderno puede también llorar con Primo Levi, reír con Mel Brooks, y hacer ambas cosas con Philip Roth.
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