Daniela Armijo

Siempre hay un amuleto que marca el paso de la vida a la muerte

Ese amuleto es como una puerta que se abre para dejar pasar al muerto. Los vivos tenemos que cerrarla para que nuestra alma no se escape por ahí.

Quizá ahí, en el mar, sea un buen momento para deshacerse de él, verlo hundirse, enterrarlo en la arena, hacer algo para sanar

Sospecho que no necesita saber nada de mí porque ya lo sabe todo

Sucede por esos días algo que hace hablar a todo el pueblo: la pequeña hija de unos pescadores muere ahogada en el mar. La niña de tres años jugaba sola en la orilla y, por perseguir a una tortuga que pasa nadando a su lado, se encuentra de pronto mar adentro. Su padre logra sacarla del agua, sin vida.

Los padres, dos gárgolas rotas y deslavadas, de pie junto al ataúd diminuto, reciben la sucesión monótona de manos y brazos y bocas de donde salen frases que —bien lo sabe Alfonso— no consuelan

¿Cómo medir el tiempo cuando nuestros ritmos internos parecen responder a una dimensión alterna y turbulenta?

¿Cómo medir el tiempo cuando nuestros ritmos internos parecen responder a una dimensión alterna y turbulenta?

Qué extraña, piensa, la indiferencia con la que el mundo continúa desenvolviéndose después de que una ha estado tan cerca de la muerte

Ellas saben lo que tienen que hacer, las lágrimas liberadas conocen el camino. Mira cómo se arrastran hasta meterse a donde pertenecen. Porque tú sabes, muchacha, que los ojos, la nariz y la boca, son los huecos del cuerpo que se usan para llorar.