Fernanda Núñez Becerra

mujer de muchas caras pero jamás la suya.

Y ni tu edad, ni la fecha de tu muerte, ni dónde reposan tus restos podemos saber. Pobre Malinche sin rostro y sin edad, con razón anda por ahí todavía tu alma penando desesperada en las fuentes de Chapultepec y en la laguna de Texcoco.

Es hasta 1870 cuando se escribe en México la primera novela histórica con tema indígena: Las mártires de Anáhuac de Eligio Ancona; basándose en Bernal, Clavijero y Prescott, recrea la Conquista y, según Concha Meléndez, es la novela más indianista del grupo romántico, tiene un capítulo en el que habla de nuestra heroína: doña Marina.

Es así como el imaginativo autor Bernal Díaz del Castillo logra hacer una entrada triunfal en la historia, nueva ciencia académica del siglo XIX. Lo interesante es que este debut no se debe a autores hispanohablantes, ni a autores de procedencia europea, sino al de un autor norteamericano, William H. Prescott, historiador bostoniano de la primera mitad del siglo XIX.

Por todos es sabido que la historia tiene sexo, y aunque sea representada a veces en femenino por la musa Clío, su verdadero sexo es masculino. Es el hombre el que ha hecho y escrito la historia y así le ha dado “un toque”’ exclusivamente masculino. Ha enfocado su mirada sobre los lugares donde ejerce o ha ejercido su poder y donde se han desarrollado sus conflictos, dejando fuera totalmente desdibujadas, casi sin rostro, a las mujeres.

Herederas de un presente sin pasado, donde los actos cotidianos no han sido dignos de ser registrados, una nueva historia comienza a elaborarse, escrita por las mujeres y por todos aquellos rostros negados, otra historia que intenta con ingenio e inventiva recrear los espacios precarios de los días; es en este tejido, el más fino del tiempo social, alrededor del cual la historia se ha hecho y deshecho.

La representación de la mujer en el discurso literario será siempre muy ambigua y clasista. Enaltecida y adorada, parangón de todas las virtudes, trepada en el pedestal, la virgen y la madre recibirán los dones del espíritu, la maternidad se volverá en este siglo no ya un destino, como lo había sido hasta entonces, sino un deber santo y patriótico. Pero cuidado, mientras más alto se sube a la mujer, más fuerte puede ser la caída.

Cuando se habla de ella, se hablará sólo de sus cualidades femeninas y de las virtudes indígenas que se parecen más a los dones que se apreciaban en las mujeres blancas. Es decir, que Marina aparece siempre “blanqueada” en el discurso y, en general, se hará referencia a ella como mujer antes que indígena.

El siglo XIX, forjador de héroes nacionales y gestador de más mitos para su empresa épica: darle a México un pasado y heredarle un futuro basado en héroes gloriosos y entusiastas.

El pueblo entra en esta dinámica y no sólo llora con Pedro Infante, sino que también se conmueve con las “danzas aztecas” o de los “concheros”. Y aunque hoy ya nadie se identifique con estos clichés… todos estamos convencidos de que, como la tortilla y el chile, eso es México.