Quien carece de un país emocional puede considerar a otra persona su casa. Apretó su cara contra el brazo inmóvil del hombre, aceptando todas sus imperfecciones, como quien acepta un país defectuoso pero amado, o la lengua en la que elabora sus pensamientos. Ese «solo tú puedes salvarme» era una idea verdaderamente peligrosa, pero su necesidad de creerla le resultaba tan abrumadora que se preguntó si eso sería lo que habían intentado decirle otros hombres, en su día, cuando le habían hablado de amor.