Edgardo Dobry

Todo lector verdadero sigue un hilo, aunque también pueden ser cien hilos a la vez. Cada vez que abre un libro retoma en sus manos ese hilo y lo complica, embrolla, desata, anuda, prolonga. «Toda línea leída es provechosa», dice el chino de un cuento de Hofmannsthal, a la espera de la pena capital, durante la revuelta de los Bóxer. La forma en que la literatura se teje en el cerebro es una versión impalpable de esas redes neuronales que causan la desesperación de los científicos. En el caso del C. elegans, un gusano transparente de un milímetro de longitud y provisto de 302 neuronas, hizo falta el

»Pidió a Zeus –y obtuvo– que Titono tuviera una vida eterna

Apenas la vida terminaba y el aliento último salía de la nariz, comenzaba una larga y monótona infelicidad. No había oscuridad e inconsciencia sino un tenue fulgor que hería los ojos, y una larga postración atravesada de recuerdos de otra vida, de la vida en la luz. Era un estado similar al de quien está exhausto y no puede dormir. En esa sombra larval todos anhelaban lo mismo: la sangre. Esta avidez difundida por doquier ligaba las sombras a una manada de bestias a punto de devorarse entre sí. Si las sombras no se arrojaban sobre las otras sombras era solo porque no encontrarían sangre en ellas.