deteniendo con las manos la emoción que se me escapaba por la boca cuando el monstruo o el marciano alzaba los brazos, descubrí el placer del miedo, esa inquietud dulce y nerviosa a la vez. Ese gustazo de sentirte alerta con los músculos tensos, la cabeza buscando explicaciones y el corazón deseando que suceda algo.