Sarah Rees Brennan

bastara con ser la primera persona en decirle a Alec que se merecía que lo vieran antes que a nadie más y lo miraran durante más rato.

Debían de haberse olvidado la parte que decía: «Y el Ángel descendió de lo alto y otorgó a sus elegidos unos abdominales de fábula».

que prefería hacerse daño a sí mismo que a Alec

Tal vez Alexander Lightwood no le rompiera el corazón.

—Luego nos detuvimos para comer —continuó Catarina—. Insististe mucho en que probáramos una especialidad local que llamabas «cuy». Lo cierto es que resultó una comida agradable, aunque tú seguías muy borracho.

—Estoy seguro de que para entonces ya me estaba recuperando.

—Magnus, tratabas de flirtear con tu propio plato.

Siempre que Magnus oía describir algo como una «perdición», estaba convencido de que le gustaría. Por eso había escogido Bane, que significaba exactamente eso, «perdición», como apellido para sí,

Alec Lightwood, el hijo mayor de los cazadores de sombras que dirigían el Instituto de Nueva York, había aparecido en su puerta, le había dado las gracias por salvarle la vida y le había propuesto que quedaran mientras por el rostro le pasaban cincuenta tonos de rubor entre el rosa y el malva. Como respuesta, Magnus perdió la cabeza, lo besó, y quedaron en verse el viernes.

«Y el Ángel descendió de lo alto y otorgó a sus elegidos unos abdominales de fábula».

Cada lengua repite su historia particular,

y cada historia me condena como un miserable.

La vida era demasiado corta como para tomarse las cosas en serio, según Rae.