Marcelo Tombetta

  • Alberto Chimalalıntı yaptı2 yıl önce
    esos pasajes memorables que no solo son sobrecogedores, sino que nos dan la certeza de aferrar algo esencial, fundamental. Nos hacen vislumbrar un abismo que formaba parte de nosotros y que nadie todavía había sondeado.
  • Alberto Chimalalıntı yaptı5 ay önce
    «Porque he aquí que yo crío nuevos cielos y nueva tierra: y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento.»
  • Vania Vargasalıntı yaptı23 gün önce
    Era evidente que estaba de su parte, del lado de los artistas, de los albatros a los que sus alas de gigante les impiden caminar.
  • Vania Vargasalıntı yaptı21 gün önce
    Kleo soñaba con la gloria de un Kerouac para su marido y, las pocas veces en que cruzaban la bahía para ir a San Francisco, intentaba arrastrarlo a los bares llenos de humo de North Beach, donde los poetas beat escuchaban jazz y leían sus obras hasta muy entrada la noche.

    Desafortunadamente, a Phil no le gustaba ni cruzar la bahía, ni los bares llenos de humo, ni el jazz, ni las reuniones de escritores.
  • Miguel Ángel Vidaurrealıntı yaptı7 ay önce
    A los doce años le gustaba ya lo que habría de gustarle toda su vida: escuchar música, leer y escribir a máquina. Pedía a su madre que le regalara discos de música clásica, al comienzo los de 78 revoluciones, y cultivó el talento, del que tanto el uno como el otro se sentían no poco orgullosos, de identificar al cabo de algunas notas cualquier ópera, sinfonía o concierto que tocaran o incluso tararearan delante de él. Coleccionaba revistas ilustradas en las que, con el pretexto de la divulgación científica, se hablaba de continentes sumergidos, de pirámides malditas y naves misteriosamente desaparecidas en el mar de los Sargazos. Dichas revistas tenían como título sugestivos epítetos: Astounding, Amazing, Unknown... Pero también leía los relatos de Edgar Poe y de H. P. Lovecraft, el ermitaño de Providence cuyos personajes afrontaban abominaciones tan monstruosas que no lograban describirlas.

    Pronto empez
  • Miguel Ángel Vidaurrealıntı yaptı7 ay önce
    Jóvenes talentos» en la Berkeley Gazette. El responsable literario de la revista, que firmaba «tía Flo» y defendía el realismo (la línea Chéjov-Nathanael West), lo exhortaba a escribir sobre lo que conocía, la vida de todos los días, los pequeños detalles verdaderos, a controlar su imaginación. Considerándose incomprendido, Phil fundó su propia revista, de la que era el único redactor. Sé que no suscitaré más que una aprobación distraída calificando de premonitorios el nombre de la revista –The Truth
  • Miguel Ángel Vidaurrealıntı yaptı7 ay önce
    En el ejemplar, muy raro y carísimo, figuraba un cuento titulado «El Imperio nunca dejó de existir».
  • Miguel Ángel Vidaurrealıntı yaptı7 ay önce
    Sabía que si leía «El Imperio nunca dejó de existir» le serían revelados todos los secretos del mundo, pero presentía que ese conocimiento comportaba un peligro. Lovecraft lo había escrito: si conociéramos todo, el terror nos haría enloquecer. Llegó a representarse su sueño como una trampa diabólica y el ejemplar escondido debajo de la pila como un monstruo agazapado, dispuesto a devorarlo tan pronto como llegara al final del tobogán que conducía a sus fauces
  • Miguel Ángel Vidaurrealıntı yaptı7 ay önce
    fines de los años treinta, el progreso de estos tests había modificado considerablemente las ideas que un americano medio tenía sobre lo que ocurría en su cabeza y en la de su vecino. En el momento de la declaración de la guerra, los tests revelaron que de los catorce millones de soldados convocados, más de dos millones padecían problemas neuropsi
  • Miguel Ángel Vidaurrealıntı yaptı7 ay önce
    ro los psiquiatras y psicoanalistas americanos, menos rigurosos que en Europa sobre las diferencias entre sus disciplinas, habían incorporado el freudismo a sus ideas pragmáticas y se consagraban más a la adaptación a las normas sociales que al conocimiento o a la aceptación de uno mismo. Los tests que hacían pasar por la fuerza a sus pacientes, para evaluar sus progresos, tenían un solo objetivo: que funcionaran normalmente. O, al menos, que dieran la impresió
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