Inés Fernández Moreno

aquel entonces un crítico dijo que se notaba en ellos una preocupación por “el artefacto” cuento. Tenía razón.

Nada me falta económicamente. Sin embargo, me falta todo. Él vive devorado por la especulación, los insomnios, el estrés. Se ha transformado en un extraño para mí. He probado todos los medios: la meditación trascendental, el psicoanál

psicoanálisis, el tarot, la gimnasia china... pero la soledad solo se cura con la presencia de otro ser. Necesito alguien que me escuche, que me mire, que me ame. Tal vez usted pueda ayudarme”.

Cuando se incorpora, el haz de la linterna ilumina una oreja oscura, como un higo chamuscado. Marcia intenta seguir la rutina pero se da cuenta de que no puede. Tiene la impresión de que esa oreja es otra advertencia. Cierra los ojos para no ver las llamas. El calor igual quema. La puerta queda entreabierta y hay un silencio roto por la voz del profesor y el ruido lejano de la calle. En el momento en que la figura desaparece en la escalera la luz vuelve

Como si de golpe, Dios te pasara una pelota, y te batiera, tuya, jugála. Entonces, qué vas a hacer, tenés que jugarla. Si no, no sos un hombre. Si no, no sos vos. Sos una mentira, un preso, qué sé yo. No sé cómo decirte.

El criterio de Mandeb parece apenas sentimental, pero es también estratégico. Uno juega mejor con sus amigos. Ellos serán generosos, lo ayudarán, lo comprenderán, lo alentarán y lo perdonarán. Un equipo de hombres que se respetan y se quieren es invencible. Y si no lo es, más vale compartir la derrota con los amigos, que la victoria con los extraños o los indeseables.

la voz emitida públicamente se anima de otra fuerza, se enamora de su propio arrallo y termina haciendo su propio juego.