Bill François

Donde observamos que, bajo la superficie del mar, el color y los aromas son un lenguaje.

Donde descubrimos que los subtítulos del océano mudo se leen en mundos invisibles.

Era una sensación extraña, a medio camino entre un movimiento hacia la conquista de un nuevo universo y un retorno al estado primigenio, hacia remotos orígenes, cuando el hombre aún no disponía del uso de la palabra.

Bajamos de los árboles, pero en realidad nunca conquistamos el mar. En el agua, todos los peces os lo dirán, no lo vemos todo. Porque no basta con ver.

El agua es un medio a un tiempo hostil y acogedor para los humanos. Tememos arrojarnos a ella, pero estamos perfectamente preparados

¿Cómo explicar, si no, nuestra ausencia de pelaje, la capa de grasa subcutánea, única entre los primates, o los millones de enormes glándulas sebáceas que nos lubrican la piel, y que ningún animal terrestre posee en tales proporciones? Todas estas misteriosas características de nuestro cuerpo, que parecen inútiles y nos diferencian del simio, serían adaptaciones al medio acuático.

Bajo el mar, el color es un lenguaje.

Los peces no tienen orejas pero oyen perfectamente. Su cráneo contiene pequeñas piedras calcificadas, los otolitos, que vibran con el movimiento del agua y les permiten detectar los sonidos. Los peces más charlatanes a menudo son los que oyen mejor, y en consecuencia tienen los otolitos más desarrollados.

Y si bien no utilizan ese ruido para hablar entre sí, las vieiras tienen mucho que decirnos. Escuchar su canto, conocer la frecuencia de sus chasquidos, permite saber si el agua es pura o está contaminada, y si abundan los predadores. Indican a los oceanógrafos el estado del mar, la salud biológica de su entorno.

Una escama se construye en anillos concéntricos, como los círculos que resultan visibles al cortar el tronco de un árbol, a medida que el pez va creciendo. Cada anillo indica un episodio de su vida