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Don DeLillo

  • Paula Guillénalıntı yaptıgeçen yıl
    El tiempo parece transcurrir. El mundo sucede, se desdobla en instantes sucesivos, y uno se detiene a contemplar a una araña aplastada contra su tela. Se advierte una inmediatez en la luz y un sentido de cosas delimitadas con precisión y de fugaces destellos que relucen en la bahía. Sabemos mejor quiénes somos en esos días brillantes y poderosos en que, tras la tormenta, hasta las más pequeñas hojas secas caen imbuidas de identidad propia.
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    Seguía en un estado de hiperpreparación, o confusión, o susceptibilidad extrema, como decía siempre Rey, o había dicho en cierta ocasión, y ella acarreaba una voz en el interior de la cabeza que era suya y que era diálogo o monólogo y se dirigió a la alacena y extrajo de ella la miel y las bolsitas de té… una voz que fluía de uno de los artículos del periódico.
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    De pronto, supo lo que él había querido decirle. Podía oír a los cuervos en gran número, su clamor desde los árboles, sin duda enfrentándose a un halcón.
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    agradable, el sabor del tabaco. Formaba parte del conocimiento que tenía del cuerpo de él. Era el aura del hombre, un residuo de humo y de vicio permanente, una dimensión nocturna, y lo paladeaba en el rizado y canoso vello de su pecho y lo saboreaba en su boca. Representaba la esencia de él en la oscuridad: cigarrillos y sueño balbuciente y mil cosas más, nombrables e innombrables.
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    Cuando los pájaros miran al interior de las casas, qué mundos imposibles contemplan. Piénsalo. Qué despojamiento de todo proceso y superficie conocidos.
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    El plan consistía en organizarse el tiempo hasta que pudiera vivir de nuevo.
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    Era medianoche en Kotka, Finlandia, mientras ella observaba la pantalla. Le resultaba interesante porque estaba ocurriendo en ese momento, con ella allí sentada, y también
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    Ella le hacía preguntas y él hablaba con su propia voz, una voz sarmentosa y leve y aprisionada por tiempos verbales e inflexiones, en sonsonetes conjugados, y comprendió que ella misma estaba describiendo lo que él le decía a una tercera persona que había en su mente, tal vez su amiga Mariella, una persona objetiva, fiable, capaz de aconsejar, conocida por su franqueza, incluso mientras escuchaba posesivamente todas sus palabras.
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    Dijo: «Habla como él. Quiero que hagas eso por mí. Sé que puedes hacerlo. Hazlo por mí. Habla como él. Di algo que él dijera y que aún recuerdes. O di lo primero que se te ocurra. Mejor. Di lo primero que se te ocurra, con tal de que sea él. No te preguntaré cómo eres capaz de hacerlo. Tan sólo quiero escuchar. Habla como él. Actúa como él. Habla con su voz. Imita a Rey. Déjame oírle. Te lo estoy pidiendo por favor. Sé mi amigo. Una persona de confianza, eso es un amigo. Haz esto por mí.»
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    Comenzó a comprender que no podía echar de menos a Rey, que no podía tener en cuenta su ausencia, la pérdida de Rey, sin pensar en segundo término en el señor Tuttle.
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