bre la capacidad de progreso moral de la sociedad, pero sí he creído en el progreso social […]. Ahora también dudo de ello”.
La responsabilidad de los intelectuales parte de una opción moral: combatir la injusticia, los privilegios, las exclusiones y la degradación del mundo. Un destacado economista marxista, el estadounidense Paul A. Baran, escribió en la década de 1960 lo que entendía por responsabilidad intelectual: “Podría demostrar como economista el efecto positivo que tendría para el crecimiento y el bienestar de un país la escolarización universal de los niños y la posibilidad para todos de poder optar a estudios superiores. Pero rechazo esta explicación. El acceso de todos a la educación es un derecho humano básico, no necesita de argumentos económicos”.4 Lo mismo podemos decir de los derechos que configuran el “derecho a la ciudad” como derecho integrador de la vivienda, la movilidad, el espacio público, la centralidad, el salario ciudadano, la formación continuada, la igualdad político-jurídica de todos los residentes, el gobierno de la ciudad real o metropolitano, la participación ciudadana, etc.
La responsabilidad de los intelectuales no se reduce a una toma de posición moral, sino que exige al menos tres tipos de ejercicio de dicha responsabilidad: en primer lugar, no solo contribuir con estudios, publicaciones o proyectos a las dinámicas perversas urbanas, sino también desarrollar una actividad crítica permanente; segundo, utilizar sus conocimientos para entender y explicar los mecanismos y las contradicciones que generan dichas dinámicas y participar en las reacciones sociales de los que se oponen a estas; y, en último lugar, contribuir a la elaboración de propuestas reformadoras de los mecanismos pervers