—Sea, ya que lo queréis —añadió el bandido reponiéndose—: el asesino como me llamáis no os matará, porque fuera poco a su sed de venganza. Tenéis una hija… ¿sabéis lo que será de ella?…
El prisionero, como si presintiese lo horrible de esta amenaza apenas indicada, exclamó con angustia:
—¡Oh!, ¡callad, callad…!
El bandido aparentando no escucharle, prosiguió:
—El milano, cayendo sobre esa inocente paloma, afilará sus garras y se cebará en ella, ¡destrozando su inocencia, su virtud, su honra!…