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Peter Cameron

  • Haroldo Piñaalıntı yaptı6 ay önce
    Mi madre abrió la galería hace unos dos años, tras divorciarse de su segundo marido, porque quería «hacer algo» y, aunque cabía pensar que se refería a alguna clase de trabajo, no era así: «hacer algo» significaba comprar un montón de ropa nueva (ropa muy cara que había sido «deconstruida», lo cual, que yo sepa, consistía en que habían rasgado algunas de las costuras o habían puesto cremalleras donde Dios no quería que las hubiera) porque los directores de galerías de arte tenían que parecer directores de galería de arte y comer en restaurantes caros con comisarios de exposiciones y asesores de arte o, alguna que otra vez, con artistas de verdad. Mi madre había tenido bastante éxito como editora de libros de arte hasta que se casó con su segundo marido pero, según parece, una vez has dejado de trabajar en ello por causas justificadas es imposible volver a ello. Más de una vez le había oído decir: «No podría volver nunca a ese trabajo, es pesadísimo, y lo último que el mundo necesita es otro libro de adorno para la mesita de centro». Cuando le pregunté si creía que el mundo necesitaba una lata de basura adornada con páginas arrancadas de la Biblia del rey Jaime me respondió que no, que el mundo no necesitaba tal cosa y que eso era precisamente lo que hacía del objeto una obra de arte. Repliqué que si el mundo no necesitaba libros para las mesitas de centro también estos debían de ser obras de arte. ¿Qué diferencia había? Mi madre respondió que la diferencia estribaba en que el mundo creía necesitar libros para las mesitas de centro, el mundo valoraba los libros para las mesitas de centro, pero el mundo no creía necesitar cubos de basura adornados con páginas pegadas.
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