Antonio Fornés Murciano

sólo podemos satisfacerlo desde nuestro interior, reiniciando nuestra existencia, redescubriéndonos como seres valiosos e irrepetibles.

La pereza y la cobardía son las causas de que una gran mayoría de los hombres permanezca, gustosamente, en minoría de edad durante toda su vida,

¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un director espiritual que reemplaza mi conciencia moral, un médico que me prescribe la dieta, etc., entonces no necesito esforzarme. Si puedo pagar, no tengo necesidad de pensar; otros asumirán por mí tan fastidiosa tarea[2].»

Su voz resuena turbadora mientras acusa a Jesús de sobrevalorar al ser humano: «Has dicho muchas veces: “Quiero haceros libres”. Pues bien, ya has visto a los hombres libres…[1]» El inquisidor enfrenta a Jesús con la experiencia de lo rápidamente que el hombre está dispuesto a renunciar a su libertad para obtener seguridad física o económica, o simplemente, para no tener que decidir él mismo: «Quieres ir al mundo con las manos vacías, predicando a los hombres una libertad que su tontería y su ignominia naturales les impiden comprender, una libertad que les da miedo, pues ni ha habido ni habrá nunca nada más intolerable para el hombre y para la sociedad.

(…) Naturalmente les haremos trabajar, pero en sus horas de descanso organizaremos su vida como un juego de niños, con cantos, coros y danzas inocentes.

No nos engañemos, detrás de nuestra falta de libertad no se esconde ninguna confabulación planetaria, lo que día a día nos esclaviza es nuestro miedo.

No hay revolución más difícil que la de romper con nuestros hábitos adquiridos, dejar de hacer las cosas porque sí y, empezando por pequeñas cuestiones, plantearnos qué queremos hacer realmente, con quién queremos estar, qué es lo que nos hace felices.

El que probablemente fue el filósofo más profundo del siglo xx, Martin Heidegger, escribió que todos los miedos hacen referencia a uno solo: el gran miedo, el miedo a morir. Pero probablemente Heidegger se equivocaba. Lo que en realidad nos da muchísimo más miedo que morir es vivir. Nada nos aterra más. Sin embargo, y lo diré una vez más, vivir auténticamente debería ser nuestro único deber y obligación a lo largo de ese cortísimo lapso de tiempo que durará nuestra vida.

Es un inevitable peaje que deberemos pagar. Ya dijimos que esta sociedad nuestra, impulsada por la necesidad del consumo continuo, se empeña en que todo sea cada vez más fácil, en abandonar la idea de sacrificio, pero no nos engañemos, sin esfuerzo, sin renuncia, por lo general no suele obtenerse nada que valga la pena.

vida se nos escapa entre mil ocupaciones diarias, tal y como la arena se escurre entre los dedos.