Nuestra iluminación eléctrica, por el contrario, es relativamente estática, no transmite movimiento ni a las formas ni a los colores. De ahí surge una diferencia considerable ante la sensibilidad de nuestra mirada y la de nuestros antepasados. Queramos o no, nunca percibiremos como ellos un objeto, un documento, una obra de arte. Para un ojo antiguo, medieval o moderno, los colores siempre están en movimiento –ya Aristóteles resalta hasta qué punto todo color es movimiento–.