Eduardo Battaner

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    Los grandes imperios imponen sus propios dioses; las pequeñas islas-Estado no tienen esa necesidad de cohesión
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    La filosofía griega fue un islote cultural en la historia, en el sentido de que, tanto antes como inmediatamente después, todos los sabios admitieron la existencia de uno o unos dioses, tal como creían sus congéneres. La duda mística religiosa no afloró en sus escritos. Esto fue así tanto en la época más filosófica de Atenas como en la época más científica de Alejandría.
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    Podríamos considerar a san Agustín como bisabuelo de la relatividad por sus ideas sobre el tiempo. Según él, no tenía sentido hablar del tiempo antes de la creación porque Dios, que lo había creado todo, también había creado el tiempo. Dios no había hecho el mundo en el tiempo sino con el tiempo. Si ignoramos provisionalmente el lenguaje místico de san Agustín, esta idea parece concordar con la conclusión relativista de que las propiedades del tiempo dependen de la distribución de materia
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    Es que hay un desfase entre el florecimiento político de cualquier pueblo y el cultural. La cultura aflora más tarde, incluso coincidiendo ya con el desmoronamiento político
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    Dominico también fue el italiano santo Tomás de Aquino (1224-1274), que hoy, al ser tenido como el más ortodoxo de la filosofía cristiana, es menospreciado por todos aquellos que disienten de los pronunciamientos dogmáticos. Su figura, en efecto, se habría de ver enaltecida como el más indiscutible representante del dogma católico, hasta llegar a admitirse su palabra como infalible. Sin embargo, es fácil suponer que él mismo no fue dogmático, y sus detractores se pueden sorprender al saber que él mismo fue condenado por hereje. En efecto, antes de santo fue condenado por hereje, junto a las ideas de Aristóteles, siendo papa Juan XXI, por ini­­ciativa del obispo de París. La condena fue levantada por Juan XXII y santo Tomás pasó de ser hereje a ser santo en menos de 50 años, de 1277 a 1323.
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    Santo Tomás cristianizó a Aristóteles, del mismo modo que Averroes lo islamizó. El dogmatismo es una barrera para la ciencia, pero ellos mismos, Averroes y santo Tomás, no fueron dogmáticos. Ahora vemos que santo Tomás fue acusado de hereje y Averroes fue desterrado y aislado durante mucho tiempo en Lucena y Cabra, y sus obras prohibidas. Por otra parte, los sabios de los siglos XIV-XVI rechazaron a Aristóteles, pero todos habían leído sus obras, así como las de Averroes y santo Tomás. Al tener que salvar el muro del aristotelismo la ciencia europea se vigorizó.
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    La conclusión es que, con la excepción admirable de los griegos, hasta la época de Copérnico, la sabiduría, y por ende la física, estuvo en manos de creyentes, ya fuera en las madrazas o madrasas, en los monasterios, en los conventos o en las universidades. Cre­­yentes fueron también los árabes, tanto los Abasíes como los andalusíes. A pesar de que los monasterios dieron paso a las universidades, cambiando los cenobios por las cátedras y los hábitos por las togas, los profesores universitarios fueron también religiosos. La creencia en Dios estaba tan arraigada que a nadie se le ocurría pensar que la física y el mundo no fueran obra suya. Y si algún “díscolo” lo pensaba, se lo calló. La fe en aquellos tiempos estaba “petrificada” y asumida como algo evidente, una cuestión que ni siquiera cabía plantear. No solamente esto era así, sino que la gran mayoría de los pensadores eran religiosos: canónigos, frailes, obispos, cardenales, etc.

    Estos pensadores que hemos citado, y muchos otros que podríamos citar, jugaron un papel muy importante como preparación y germen de la ciencia del Renacimiento
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    Paradojas de la historia: Lutero era agustino y defendía las ideas de san Agustín, santo tenido como tal por los católicos, incluso como doctor inspirado de su Iglesia.

    La reacción inmediata de los protestantes a la revolución copernicana fue de total rechazo. Decía Lutero: “Así van las cosas ahora. Todo aquel que quiere ser inteligente ha de estar en desacuerdo con lo que opinen los demás. Ha de hacer algo por su cuenta. Es lo que hace este necio que quiere poner toda la astronomía patas arriba”.
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    Lo cierto es que en España se conocía y se discutía abiertamente a favor del geocentrismo y el heliocentrismo sin cortapisas inquisitoriales; eso sí, casi siempre entre clérigos.

    Pero, lamentablemente, la Iglesia católica cambió de opinión. En 1616 expurgó (hasta su corrección) tanto el libro de Copérnico como el de Zúñiga
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    Kepler no sólo fue creyente, no sólo fue piadoso, fue un auténtico místico. Puede decirse que la fe ciega de un hombre religioso llevó a encontrar unas leyes del sistema planetario que hoy nos si­­guen llamando la atención por su exactitud y elegancia, que precisan sólo unas ligerísimas correcciones relativistas. Encontró las leyes del movimiento del sistema planetario que, entonces, era concebido como todo el universo. En este caso el espíritu religioso sí engendró ciencia.
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