Patrick Modiano

No hay mejor sistema para que se desvanezcan los fantasmas que mirarles a los ojos.

Íbamos sin meta, teníamos toda la noche por delante.

A veces se te oprime el corazón cuando piensas en las cosas que habrían podido ser y que no fueron, pero me digo que incluso ahora la casa sigue vacía y esperándonos. Yo era feliz aquella mañana. Y me sentía ligero. Y notaba cierta embriaguez. Teníamos por delante y a distancia la línea del horizonte, allá, hacia el infinito.

Una tarde, lla‍­ma‍­re‍­mos con el co‍­ra‍­zón pal‍­pi‍­tan‍­te a la puer‍­ta de Gas‍­ton Ga‍­lli‍­mard: «Somos alum‍­nos de la Es‍­cue‍­la Nor‍­mal, señor Ga‍­lli‍­mard, y le trae‍­mos nues‍­tros pri‍­me‍­ros en‍­sa‍­yos.»

Le ciel est comme la tente déchirée d’un cirque pauvre.

A mitad del camino de la verdadera vida, nos rodeaba una adusta melancolía, que expresaron tantas palabras burlonas y tristes, en el café de la juventud perdida.

Entró un día en Le Condé un fotógrafo. Nada había en su aspecto que lo diferenciase de los parroquianos. La misma edad, el mismo atuendo desaliñado.

Siempre he creído que hay lugares que son imanes y te atraen si pasas por las inmediaciones. Y eso de forma imperceptible, sin que te lo malicies siquiera. Basta con una calle en cuesta, con una acera al sol, o con una acera a la sombra. O con un chaparrón. Y te llevan a ese lugar, al punto preciso en el que debías encallar.

A mí nunca me ha parecido el otoño una estación triste. Las hojas secas y los días cada vez más cortos nunca me han hecho pensar en algo que se acaba, sino más bien en una espera de porvenir.

Me callé. Vivimos a merced de ciertos silencios. Sabemos mucho unos de otros. Así que hacemos por no encontrarnos. Lo mejor, por supuesto, es perderse de vista definitivamente.