no pensaba seguir leyendo un libro que utilizaba lenguaje médico en las escenas que se suponían eróticas
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se lo pasaba mirando hacia la lejanía. Ése era el mejor momento para ella. Vaciaba la cabeza de pensamientos, veía la línea del horizonte, las casas lejanas, el verdor del monte. Sentía el ruido de los pájaros y las cotorras y el ambiente se llenaba de un aroma dulzón
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norte. Pasaría por Yacanto del Valle, conocería al pariente de su prima política, sería un tipo encantador, se enamoraría de él y se quedaría a vivir en ese pueblito
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La otra, de pelo negro levemente rizado, con su shorcito color hueso, sandalias chatitas y remera floja con una inscripción que Verónica no llegó a leer, podría haber pasado por una chica argentina
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A primer golpe de vista se notaba que eran extranjeras, especialmente la rubia de aspecto nórdico, que vestía pantalón estilo miltar con muchos bolsillos, remera musculosa negra y borceguíes
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Frida era socióloga y se había recibido con un trabajo sobre «Migraciones y cambios sociales de la periferia de Buenos Aires entre 1950 y 1990»
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Petra era profesora de música y cantautora amateur. Petra y Frida se habían conocido en Córdoba hacía dos años. Por entonces, Petra vivía en San Marcos Sierra y estaba a punto de separarse de su novio cordobés
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—Lo bien que hiciste, los hombres casados son de lo peor.
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Desde los altoparlantes sonaba la voz de don Atahualpa Yupanqui: «Me fui para Taco-Yaco/ a comprar un marchador/ y me truje un zaino flaco,/ petisito y roncador»
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Los argentinos son todos mentirosos. No conozco un hombre de este país que no le haya mentido en más de una oportunidad a su mujer.
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