Yo era eso, un pájaro despelujado y lleno de pulgas, un pájaro con el corazón cansado y el pico abierto, el pico abierto a la espera de Isora, de sus palabras, del olor a pan bizcochado de las puntas de su pelo, de lo negro y podrido que había dentro de sus uñas rentes como la marea baja arrastrándose contra los riscos. Me entraron ganas de llorar, de que abuela me upara como a un niñochico y de que pasaran ya esos dos o tres días en los que había decidido estar sin hablarme con Isora, porque ya la estaba echando de menos.