La vida continuaba.
Los relojes, que él supiera, no se habían detenido.
El tiempo seguía avanzando. Tic, tac. Había que dormir, comer y volver a empezar los días, los años.
Ni un minuto de silencio.
La vida no rendía tributos a la muerte. Las cosas continuaban existiendo, indiferentes y encantadoras en su eterno mutismo