pareció escuchar un susurro conocido. Yo me quedé aguardando, como toda la vida te estuve esperando sin saberlo, y seguí aguardando a que me explicaras por qué tu ausencia, por qué nos dejaste una herencia de dolor, un dolor que no se pronuncia, como una culpa pegajosa que no tiene forma ni sonido y sin embargo rebota como un eco, esperando que alguien lo descifre. Volteaste y me viste. Como si fuera un espejismo, me miraste a los ojos pero no quisiste creer lo que veías. Podías haberte acercado hasta mí y podías haberme hablado, o tal vez abrazado, o podías haberme contado un cuento. No lo hiciste. Apuraste los pasos y descartaste creer en tus sueños.