Una dulce historia de mariposas y libélulas

El paraíso en la tierra se llama amistad.

Cuatro son las virtudes confucianas: Yi (rectitud, justicia, equidad), Ren (benevolencia, humanidad), Zhong (lealtad, fidelidad) y Xiao (piedad, atención, respeto y reverencia a los padres).

Cuatro, como los puntos cardinales o los lados de un cuadrado perfecto.

En «Los ritos de Zhou», un manual de conducta confuciana escrito en torno al siglo III antes de Jesucristo, se habla ya del minghun, «el matrimonio en el más allá». En la China más rural y alejada de la «civilización», si una persona muere en la infancia, antes de haber contraído matrimonio, estará condenada a vagar sola por el otro mundo, el de las sombras, arrastrando eternamente una segunda existencia llena de vacío. Para los campesinos, una vida sin matrimonio es una vida incompleta.

El minghun, aunque prohibido por las autoridades, sigue siendo normal en estas zonas rurales del país, como siempre lo ha sido, como siempre lo será.

Una mariposa amarilla con pintas rojas, quizá la misma del día anterior, aletea alrededor del ataúd.

Una hermosa libélula de color verde, enorme, aparece de la nada y se mantiene quieta sobre él.

Boda y entierro, todo en uno, une los dos extremos de lo imaginable. Amor y dolor. Principio y fin.

La caja desciende hacia la fosa.

Zhai y Ziyi, ya marido y mujer, inician su viaje eterno.

Juntos.

La mariposa revolotea cerca de la mano dos veces, como si la observara, como si midiera la alternativa. Dos veces se aleja y regresa, sigue su danza luminosa. El límite de su inocencia quizá pase por descubrir de qué color es el mundo.

La mariposa da vueltas alrededor de ella, y se luce, parece exhibirse, sube y baja, despliega toda la maravilla de su encanto, la subyuga y la embriaga. Lo sencillo es casi siempre lo más hermoso. Lo natural forma parte del día a día sin darnos cuenta hasta que sucede el milagro, que el vuelo de una mariposa nos embriague. Sin apenas apercibirse de su gesto, Gong extiende una mano al frente, con el dorso hacia arriba.

Confucio dijo que toda vigilia se hace eterna cuando es la impaciencia la que domina la razón.

–Porque cuando nació, unas libélulas parecían haber tomado el pueblo como morada, subiendo desde el río y las aguas estancadas del lago que se forma en el remanso de la Luna Clara. Era algo insólito. Pensé que se trataba de un augurio, que mi tercer hijo sería así, rápido como una libélula.

Su maestro en la escuela, a la que apenas asistió, le habló de las personas que dedican su vida a pensar. Filósofos los llaman. Seres sabios, capaces de ver la luz en la oscuridad y descubrir lo que aún no es pero espera ser, o reflexionar sobre lo que ya es para hacerlo mejor. Y él se reía. Decía que pensar no era una ocupación, que la tierra no produce alimentos sólo con pensar en ella, y que la vida dependía de unos buenos brazos, de la naturaleza, de todos los dioses que el ser humano pudiera albergar en su corazón.

Ahora se descubre a sí mismo filosofando.