El mundo digital ofrece una falsa sensación de acceso completo e irrestricto: los contenidos circulan sin obstáculos, y la libertad de elección está garantizada. Pues ni una cosa ni la otra. Nos creemos a salvo de la quema de libros, pero las grandes compañías a las que ofrecemos toda nuestra vida (fotos, intereses, consumos, entretenimientos, lecturas, compras, recorridos, etcétera) detentan un poder que en lo cotidiano resulta difícil de imaginar.