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Muriel Spark

La abadesa de Crewe

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  • Dianela Villicaña Denaalıntı yaptıgeçen yıl
    La abadesa de Crewe solo puede decir que daría la bienvenida al regreso de la hermana Felicity a la abadía. En cuanto a la travesura reciente de la hermana Felicity, la abadesa se muestra enteramente comprensiva y, en verdad, desea aplicar las hermosas palabras de John Milton al acto impulsivo de la hermana Felicity. Estas palabras son las siguientes: “Yo sería incapaz de alabar esa Virtud oscilante y furtiva, sin aliento, anquilosada, que nunca sale a campo abierto ni quiere ver al adversario, sino que, todo lo contrario, huye del escenario…”. Repite esto al periodista, por favor, y si hay otros llamados telefónicos desde afuera, di que nos hemos retirado a dormir
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    Gertrude —dice la abadesa—. Yo sé que Felicity tenía una pila de cartas de amor.
    —Deberías haberle dicho que las destruyera; deberías haberle advertido; deberías haber dejado que votaran por ella las monjas que quisieran; deberías haber
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    Nuestra vigilia ha terminado ya. Sed calmas, sed vigilantes. En el hermoso día fijado, con aguas excepcionalmente calmas, Alexandra se encuentra en la cubierta principal, erguida como la chimenea blanca de un barco, mientras se maravilla al ver mecerse de costa a costa las anchas olas del mar, como aquel trigal sublime que nunca deberá ser segado, ni que fue tampoco sembrado jamás, trigo inmortal del Oriente
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    Son muy insistentes. El periodista quiere saber qué piensa la abadesa sobre la deserción de Felicity.
    —Pásame el teléfono —dice la abadesa. Luego se dirige a la monja de la centralita—: Hermana, sé vigilante, sé sobria. Prepara tu lápiz y tu papel para que te dicte un mensaje. Escribe lo siguiente
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    Gertrude —dice—. He llegado a la conclusión de que hay una brecha en tu lógica. Al mismo tiempo, me pregunto qué hacer en cuanto a Walburga, Mildred y Winifrede.
    —¿Por qué, qué han hecho?
    —Mi querida, parecería que fueron ellas quienes instalaron los micrófonos en la abadía y urdieron el robo.
    —En ese caso, expúlsalas
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    Hermanas, sed sobrias, sed vigilantes, pues el diablo merodea como un león enfurecido, buscando a quién devorar
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    No es más que un recorte periodístico sobre el pequeño escritorio de Alexandra. “Novicios jesuitas se divierten”, seguido por unos cuantos párrafos jocosos sobre cómo dos estudiantes jesuitas entraron sin ser vistos en los claustros de la abadía de Crewe y robaron el dedal de una monja
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    Veo una dificultad —dice Walburga—. Podrían objetar que pinchar los teléfonos y poner escuchas no es una mera ampliación del acto de prestar oídos a los rumores, invitar a la confidencia, abrir las cartas al vapor y registrar periódicamente los armarios de las novicias
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    Por último, Su Eminencia, asumo el honor de señalar a Su Eminencia la calidad y las realizaciones de nuestro sagrado y paradójico establecimiento, reflejadas en nuestra amada y renombrada hermana Gertrude, a quien hemos apartado de nuestro medio para que trabaje por la fe ecuménica. Atravesando ríos, montando en helicópteros, reactores y camellos, la hermana Gertrude recorre la corteza terrestre, seguida de hecho por reporteros y fotógrafos. Paradójicamente fue nuestra cerrada comunidad la que la envió en esta misión.
    —Gertrude —dice Mildred— se pondría furiosa al leer eso. Se fue por voluntad propia
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    fuerza reside en la virginidad de su corazón, combinada con la sólida educación de su juventud, que la llevó a cruzar más de un patio de universidad hacia los dormitorios masculinos y, de ahí, a numerosas camas. Una mujer de fortuna mayor que la de la mayoría, según ella ha sostenido siempre, tiene grandes probabilidades de mantener virgen el corazón. Los amantes que tuvo en el pasado fueron los más eruditos que encontró a mano. Por poco agraciados que fueran, eran invariablemente los profesores, los estudiosos dedicados, quienes la atraían. Y a partir de entonces siempre se consideró cultivada ella misma, merced a una especie de ósmosis.
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