Exige, en primer lugar, que aceptemos el augurio, que no nos refugiemos más detrás de las reglas y las leyes de los demás, ni realicemos la transferencia, muy práctica, de nuestras carencias e incapacidades a nuestros semejantes o al «sistema», sino que nos remitamos a nosotros mismos para juzgar y decidir lo que es bueno para nosotros.
Llegar al final de esta armonía del alma que muestra la intuición, que hace surgir a la superficie de nuestra conciencia, es, en efecto, reconocerle una función de primer orden en nuestra trayectoria vital, día tras día, al hilo de esas sucesivas elecciones, generadoras de vida, que tejen nuestro camino.