pesar de todo, la diferencia entre la vida y la muerte era un abismo. Y el cadáver de mi madre me reclamaba de una manera nueva, no sabía qué hacer frente a él. Si amarlo. Lo besé, pero en cierto modo no era ella. Le busqué las manos entre medio de los pliegues de la tela, y me explicaron que no se podía. Enfundada así, reducida a un estado larval, la iban a poner en la tierra y yo tenía una ventana de solo unas horas para desprenderme de ese cuerpo y aceptar que ya no era mi madre. Lo era, la reconocía, y también era el monstruo que todo cadáver es.