Pero Hera, ofendida por no haber vencido a sus rivales, convirtió en vano viento mi unión con Alejandro, y no fui yo lo que abrazaba 35 el hijo del rey Príamo, sino una imagen viva semejante a mí que la esposa de Zeus había fabricado con aire celeste. Y él creyó que me poseía, vana apariencia, sin poseerme.