El libro de las hermanas

Sin saberlo, llevaba cerca de dieciocho años acumulando palabras de amor que solo pedían poder desparramarse. Ya le había dicho palabras así a su hermana. Sin embargo, escribirlas era otra historia. Se trataba de otra función del lenguaje. Era como cantar después de haber hablado durante mucho tiempo. El canto provenía de una voz distinta, que implicaba al alma.

Para el común de los mortales, la música constituye una pasión adolescente. Siguen leyendo, siguen viajando, siguen iniciándose en cocinas exóticas y conociendo gente. Pero invítalos a escuchar una melodía nueva y tropezaréis con: «Yo, ¿sabes?, me quedé en los Beatles», a los que, por cierto, ya nunca escuchan.

Quién me iba a decir que me gustaría un militar

El amor no es una sinecura.

La muerte no significaba el fin del amor.

«Estás hecha para esto, para escribir cartas de amor. Los que creen que es ingenuo son los que nunca han leído de verdad. No todo el mundo es capaz de semejante prodigio».

No esperes a estar muerta para descubrir esta verdad elemental. Todo amor siempre es nuevo, un nuevo amor no le quita nada a los anteriores.

Supo que sería su falla, que incluso veinte o cuarenta años más tarde, bastarían esas dos palabras para paralizarla. «Cada alma tiene su herida, esta es la mía»,

Ningún espectáculo nos satisface tanto como el sueño de la persona a la que más amas. Si, encima, el durmiente es un bebé, la felicidad va unida a un misterio: ¿con qué sueñas cuando tienes tres meses?

Un accidente maravilloso la había puesto en presencia de un hombre que había visto algo hermoso en ella. Ese amor le había dado sentido a su vacío durante cuatro décadas. Lo había reemplazado. Nora había olvidado su propio vacío fundamental y ahora se reencontraba con él, sin saber cómo enfrentarlo.