Cuando uno ha nacido y crecido rodeado de corridas, capeas y encierros de toros por todas partes puede creer que esta costumbre bárbara es algo natural, pero llega un momento en que se experimenta una revelación. Manuel Vicent también fue en su niñez y juventud uno de tantos españoles que gozó de la fiesta nacional hasta que un día descubrió su miseria. «Cuando uno vuelve al lugar de aquellos juegos taurinos que le hicieron tan feliz y contempla a otros niños embruteciéndose con el mismo juego, de pronto, a uno se le abren los ojos y se le presenta con toda nitidez la crueldad humana -dice Manuel Vicent en el prólogo a este alegato antitaurino-. La mirada se transforma y el estómago sufre un vuelco y entonces se inicia una lenta conversión». Nadie tiene derecho a gozar haciendo sufrir a los animales. Nadie tiene derecho a convertir en espectáculo festivo y moral la muerte de un toro. En este principio se basa esta Antitauromaquia, que no es un arte de torear al revés, sino una apuesta por no tarear a nada ni a nadie y salvarse de la crueldad. Ilustraciones de OPS