de todas las personas, sin importar su origen y capacidad económica. Mi papá era, en muchos sentidos, un gran católico. Daba dinero por aquí y por allá y regalaba plaquettes a quienes no tenían con qué pagar. Era, sin duda, muy generoso y fiel con su visión socialista.
Por otro lado, me resultaba desquiciante verlo dar tanto cuando en casa los problemas económicos eran una constante. Debió ser desquiciante también para quienes eran partícipes de la generación de ese dinero y que no recibían mucho a cambio. ¿O no siempre? Quizás, como los libros viejos de este librero, el valor de lo que recibían no era económico.
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Con frecuencia se me olvida que el nombre de Goliardos es, deliberadamente, destino. En el medievo, los goliardos eran monjes itinerantes que le cantaban a la vida entendida como beber, coger y disfrutar. No por ello eran menos cristianos, pero sí eran menos aceptados por la iglesia, al grado de que los condenaban todo el tiempo en los concilios. Vivían a la vez adentro y afuera del clero, como malabaristas del Seño