“Mis alumnos, todos indígenas concurren cada día a una escuela que se llama General Roca y son obligados a saludar como prócer a quien destruyó a sus pueblos, ¿qué diríamos si un niño de origen judío tuviera que estudiar en una escuela que llevara por nombre Adolf Hitler?”. La calle central de más de una ciudad patagónica, por poner otro ejemplo, se llama Primeros Pobladores, en referencia a los primeros colonos que llegaron a los valles a comienzos del siglo XX, ¿entonces debemos pensar que los hombres y las mujeres que habitaron antes esos valles no eran pobladores?, ¿o acaso queremos decir que no eran hombres? Distanciarnos para pensar y tomar posición con respecto a lo que enseñamos, procesar los hechos de nuestra historia, revisar ese pasado que nos precede para que nos incluya a todos de un modo digno en nuestra particularidad y en nuestra diferencia, todavía es, en muchos casos, nuestra deuda. La escuela no sólo es el espacio para instalar la lectura —la gran ocasión, para decirlo con aquellas palabras de Graciela Montes—, sino también para construir conciencia acerca de nosotros mismos y desarrollar nuestro pensamiento, no dar por sentado el mundo. Hemos aprendido y enseñado a leer, pero no siempre hemos aprendido y enseñado a leer entre líneas, a entrar en los pliegues de un relato.