Morir es fácil, es natural, deseable, necesario, claman los dioses; pero los dioses son inmortales y la muerte es precisamente lo único que desconocen. Morir defendiendo el deber es bello, pero Aquiles ha empuñado las armas demasiadas veces y acabado con las vidas de hombres que merecían unos años más sobre la tierra. Él nunca construyó nada: se le adiestró para destruir en un instante lo que los demás construían con sus manos, en un esfuerzo que duraba la vida entera. La muerte es hermosa, se repite, pero sabe que en la mirada de sus enemigos nunca hay paz cuando mueren defendiendo lo que amaban. Y, sin embargo, tal vez su sacrificio sea necesario para que algún día un rapsoda cante verdades a las generaciones venideras; y, sin embargo, sacrificarse es absurdo, y para los corderos que se degüellan en los altares de guerra no es ningún consuelo hacer sonreír a Ares.