Dos mujeres, dos sensibilidades lejanas en el tiempo y el espacio confluyen en un juego ambivalente de reflejos.
¿Dónde se gesta la soledad? ¿Es algo que viene de afuera y nos atropella? ¿O lo construimos nosotros a base de abandonos y rechazos?
¿Hay seres que duplican nuestro sentir y cuyas experiencias, aún distintas, abren ante nuestros ojos un nuevo panorama? Si los ecos del pasado tienen el poder de modificar las circunstancias del ahora, Dalia no lo afirma. Tampoco pretende establecer teorías. Se limita a colocar un espejo frente a su protagonista y le permite contemplarse en él, evaluarse y aprender. Un aprendizaje plagado de dudas, casi subconsciente, un sendero que se dibuja frente a ella y le ofrece la posibilidad del cambio.
A través de una urdimbre sutil, tejida con detalles e introspecciones,
Dalia ofrece distintas lecturas, visiones que cuestionan y sugieren sin aportar certidumbres. El perfil de sus protagonistas está trazado con esmero. El sentido del humor de Laura, la espontaneidad de su voz son un contrapunto a la melancolía de Elena; sus historias suceden sin tocarse. Sin embargo, las dos figuras, sobrepuestas, resultarían tal vez en una sola.
En su casa de palabras, Dalia Siman niega la inevitabilidad de la última.
