A contrapelo

A medida que hemos ido destapando los cuerpos de las mujeres en el cine y en la publicidad, hemos podido compararnos con ellas o, mejor dicho, nos han obligado a compararnos con ellas. La falta de modelos diversos y el hecho de que los únicos cuerpos posibles y deseables sean los que no tienen pelos instalan la depilación como un peaje ineludible de la construcción de la mujer

Si en vez de aferrarnos a las normas restrictivas de nuestra generación nos atrevemos a transgredirlas, estamos abriendo camino para que mujeres más jóvenes dejen de considerar asquerosos sus pelos.

Las mujeres nos depilamos porque queremos, sí. Pero lo que queremos no es no depilarnos en sí, sino evitar pagar el precio que se nos exigiría en el caso de no hacerlo. Una libertad curiosa, cuando menos.

decir que te depilas porque es más higiénico es como decir que fumas porque se respira mejor: va en contra de toda la evidencia científica.

Pasar de percibirse a una misma como un objeto de deseo que obedece acríticamente al mandato de género a creerse, sobre todo, un sujeto que evalúa sus opciones antes de doblegarse a las normas es un proceso mucho más profundo que simplemente dejar de depilarse. Pero sin hacer ese proceso es difícil dejar de depilarse, porque el sistema de castigo/recompensa nos incentiva a hacerlo.

Es fascinante que un cuerpo sin vello, fruto de un artefacto social como la depilación, se considere muestra de feminidad innata. Sería lógico que el vello corporal, que separa a la niña de la mujer, se considerase intrínsecamente femenino (e incluso sexi). En cambio, hemos llegado a un punto en el que es todo lo contrario. Y me parece profundamente perturbador.

equivalentes. Cuando depilarse tiene premio social («qué guapa estás») y no depilarse atrae el castigo («qué asco»), la decisión deja de ser inocente y pasa a ser política

Cuanto más fácil nos resulta conformarnos con el canon, menos violento nos parece lo que nos impone

La obligatoriedad de la depilación para las mujeres es tan inflexible que incluso cuando (desde la perspectiva más perversamente patriarcal posible) tener vello podría «ahorrarte» que te violen, ese vello tiene que ser falso para no amenazar tu «feminidad esencial».

No hay espacio para celebrar el cuerpo que tenemos tal como es, y la lección que damos es durísima: si quieres sufrir menos violencia, si quieres gustar, adáptate a lo que se espera de ti. A la vez, los que ejercen la violencia también aprenden que su intolerancia tiene premio: al final, se trata de insistir en el desprecio y el insulto hasta que la otra sucumbe y se conforma.