Su alegría, el gran amor que sentía por él, siempre brotando y luchando por expresarse, logró encontrar su forma de expresión. De pronto, proyectó su cabeza hacia adelante y empujó ligeramente a su amo entre el brazo y el cuerpo. Y allí, encerrado, escondido exceptuando las orejas, sin gruñir más, continuó empujando y arrimándose amorosamente.