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Fernando Escalante Gonzalbo

Ciudadanos imaginarios

  • Adal Cortezalıntı yaptıgeçen yıl
    Nunca hubo en México un orden cívico. Don Daniel Cosío Villegas quiso imaginar que durante la República Restaurada el país vivió, digamos, un paréntesis de legalidad y “juego limpio”; otros, tras sus pasos, han hecho de la fantasía casi un mito.
    Por diez años —escribe Enrique Krauze— bajo las presidencias de Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada, México ensayó una vida política a la altura de los países avanzados de Europa o Estados Unidos. No había partidos sino facciones dentro del grupo liberal, pero existía una verdadera división de poderes, un respeto fanático —¿y qué otro cabe?— por la ley, soberanía plena de los estados, elecciones sin sombra de fraude, magistrados independientes, y una absoluta libertad de opinión que se traducía, hasta en los más remotos pueblos del país, en una prensa ágil, inteligente y combativa. Los hombres amaban la libertad política.6

    Los estudios recientes no parecen justificar un optimismo así. Juárez sabía usar la Ley, pero también la ilegalidad. Y usaba de ambas, por ejemplo, para perseguir a los gobernadores que no le eran fieles —León Guzmán, por ejemplo— y poner en su lugar a los miembros de su red. También usaba de ambas para fabricarse elecciones seguras, para mover a su favor la “opinión pública” y todo lo demás.7
    No era cosa muy grave, porque más que la libertad política se amaban entonces otras cosas. Y la maquinaria juarista consiguió algo mucho más importante: la estabilidad.
  • Adal Cortezalıntı yaptıgeçen yıl
    En la autoridad pública se veía, antes que otra cosa, una oportunidad para hacer dinero con facilidad. Otra vez, si hacemos caso de quienes escribían entonces, la experiencia confirmaba el prejuicio con una tediosa monotonía; ahora es Guillermo Prieto:
    Es cómico el empleado destituido de una de las aduanas del Pacífico, llorándose pobre, atribuyendo su lanzamiento a su integridad inflexible, furioso contra el gobierno que lo ha arruinado y, sin embargo, contando las horas en un reloj de Lozada soberbio, mientras reberberan en sus dedos los diamantes y en su pecho los cabestrillos de oro.
  • Adal Cortezalıntı yaptıgeçen yıl
    Ya bien entrado este siglo, José Rubén Romero escribía: “Para el rico, toda cosa que huela a gobierno es desagradable: las contribuciones son un robo, toda ordenanza una equivocación, todo funcionario un bandido y, cuando no, un tonto brotado de la nada”.1
  • Adal Cortezalıntı yaptıgeçen yıl
    En el procedimiento metódico están implícitas algunas hipótesis iniciales bastante simples, Sobre todo me interesa anotar dos.
    Primero, supongo que las formas de moralidad pública en México no seguían un modelo homogéneo, y que ninguno de los tipos coincidía con los imperativos de la moral cívica. Segundo, y es una consecuencia de lo anterior, bajo el orden formal que definía el aparato jurídico, la vida política se organizaba por medio de relaciones y prácticas regulares con todas las características de un orden efectivo, aunque informal.
    Apoyado en eso, sugiero una tesis general que informa la orientación de mi análisis: el proyecto explícito de toda la clase política decimonónica de crear ciudadanos, de dar legitimidad y eficacia a un Estado de derecho, democrático y liberal, estaba en abierta contradicción con la necesidad de mantener el control político del territorio. Sin el apoyo de la moral cívica, el Estado que imaginaban era una quimera; sin el uso de los mecanismos informales —clientelistas, patrimoniales, corruptos— el control político era imposible.
    Donde no había ciudadanos, actuar como si los hubiera suponía un riesgo inaceptable para la clase política.
  • Adal Cortezalıntı yaptıgeçen yıl
    El orden es la trama misma de la política. El orden es la raíz del desventurado vicio de la obediencia y, más importante todavía, de las formas de la obediencia. Y hablar de orden es hablar de normas, de valores. La estructura de la moral pública se expresa como orden político.
  • Adal Cortezalıntı yaptıgeçen yıl
    Con todo esto, me interesa llegar a una afirmación muy simple: la moral pública es una creación histórica. El espacio público puede tener, y ha tenido, estructuras muy diversas, y se ha apoyado en configuraciones de valores igualmente dispares.
  • Brenda Jiménezalıntı yaptıgeçen yıl
    bloque. La solidaridad social existe porque, en cada uno, un “yo social” se entreteje con el “yo individual”; y cultivar ese “yo social” es nuestra obligación esencial respecto a la sociedad
  • Brenda Jiménezalıntı yaptıgeçen yıl
    Hubo un tiempo en que el estudio de la conducta humana era, sin más, reflexión moral. Hoy, en cambio, cuesta trabajo encontrarle un lugar a la moral: da la impresión de que, para muchos, sería preferible poder pasarse sin ella.
    La moral es un tema incómodo. Primero, porque parece difícil hablar sobre lo bueno y lo malo desde algún lugar más allá del bien y del mal; y segundo, porque estamos muy lejos de la certeza de otros tiempos. Nuestro escepticismo tiene mucho que ver con este olvido —si puede hablarse así— de la moral.1
  • Brenda Jiménezalıntı yaptıgeçen yıl
    No es extraño que la familia parezca un refugio. Lo curioso es que la política produzca horror.
  • Brenda Jiménezalıntı yaptıgeçen yıl
    “No se necesita más que dirigir una ojeada sobre la actualidad para conocer que la República es un edificio de arena que por todas partes amenaza desmoronarse”.2
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