Esta inmensa calamidad afectó especialmente a la agricultura. Las vides, los castaños, las higueras, las moreras, los olivares de la Provenza perecieron en grandes cantidades. El tronco de los árboles se hendía de golpe de arriba abajo. Ni las aulagas ni los brezos sobrevivieron a causa de la nieve.
Las cosechas del año de trigo y heno quedaron destruidas.
Cabe imaginar los sufrimientos espantosos de la población pobre, a pesar de las medidas del Estado para aliviarlos. Todos los recursos de la ciencia eran impotentes ante semejante invasión. La ciencia había domado el rayo, suprimido las distancias, sometido a su voluntad el tiempo y el espacio, puesto las fuerzas más secretas de la naturaleza al alcance de todos, contenido las inundaciones, dominado la atmósfera pero no podía nada contra aquel terrible e invencible enemigo, el frío.