–El hermano Asser la llamó bruja –le dije–, hechicera.
–Bueno, es lo normal, ¿no? ¡Es monje! Los monjes no se casan. Le aterrorizan las mujeres, al hermano Asser, a menos que sean muy feas, y entonces aprovecha para intimidarlas. Pero en cuanto lo pones delante de alguna joven belleza, pierde los papeles. Y por supuesto detesta el poder de las mujeres.
–¿El poder?
–No hablo de las tetas. Y Dios sabe lo poderoso que es un par de tetas, sino del poder real. ¡Poder! Mi madre lo poseía. No era reina de las sombras, ojo, pero era curandera y vidente.