la señorita Ingram le faltaba algo para provocar mis celos: era demasiado imperfecta para despertarlos. Perdona esta aparente paradoja: sé lo que me digo. Era muy llamativa, pero no era auténtica. Tenía un bello cuerpo y muchos talentos deslumbradores, pero su mente era mediocre y su corazón yermo por naturaleza. No florecía nada de manera espontánea en esa tierra; ningún fruto natural deleitaba por su lozanía. No era buena, no era original: acostumbraba a repetir citas altisonantes de los libros, pero nunca ofrecía, ni tenía, opinión propia. Preconizaba sentimientos elevados, pero desconocía los sentimientos de compasión y piedad, carecía de ternura y sinceridad.