El sentido del estilo

La sintaxis, por tanto, es una app que utiliza un árbol de frases o cláusulas para traducir una red de pensamientos y convertirla en un hilo de palabras. Tras oír o leer la secuencia de palabras, el receptor puede hacer la tarea inversa, colocándolas a su vez en el árbol y recuperando los nexos entre los conceptos asociados.

Las reglas de la sintaxis, junto con las reglas de la formación de palabras (o morfología: ‘amar’, ‘amabais’, ‘amante’), forman la gramática de las lenguas. Las diferentes lenguas tienen gramáticas diferentes, pero todas ellas sirven para organizar las relaciones conceptuales mediante la modificación, combinación y organización de las palabras.

Los tres sustantivos del título del capítulo se refieren a tres cosas que reúne la gramática: la red o la telaraña de ideas en nuestra cabeza, la cuerda o el hilo de palabras que acuden a nuestros labios o a nuestros dedos, y el árbol de la sintaxis que convierte la primera en lo segundo.

Muchos consejos de escritura tienen el tonillo de consejos morales, como si ser un buen escritor te hiciera mejor persona. Por desgracia para la justicia poética y cósmica, muchos escritores con talento son unos sinvergüenzas, y muchos ineptos literatos son la sal de la tierra. Pero el imperativo de procurar superar la maldición del conocimiento puede ser el consejo de escritura que más se acerque al consejo moral: intentad siempre alejaros de vuestras ideas fijas y corporativas, y procurad descubrir cómo sienten y piensan vuestros lectores. Puede que no os haga mejores personas en todas las esferas de la vida, pero será sin duda una constante fuente de amabilidad y generosidad para con vuestros lectores.

Y esto nos lleva a otro modo de huir de la maldición del conocimiento: enseñaos el borrador a vosotros mismos, preferentemente cuando ha pasado el suficiente tiempo como para que el texto ya no os resulte familiar. Si sois como yo, os descubriréis pensando: «¿Qué demonios quise decir con eso?», o bien: «Bueno, ¿y esto cómo sigue?», o incluso más a menudo: «¿Quién ha escrito esta mierda?».

Para escapar a la maldición del conocimiento, tenemos que ir incluso un poco más allá de nuestros poderes de adivinación. Tenemos que cerrar el bucle, como dicen los ingenieros, y procurar captar las señales que se nos devuelven desde el mundo de los lectores; esto es, mostrar un boceto a algunas personas que son parecidas a las que queremos que sean nuestra audiencia y averiguar si ellas pueden entenderlo o no.

La maldición del conocimiento, junto a las agrupaciones conceptuales y la fijación funcional, contribuye a dar sentido a la paradoja de por qué el estilo clásico es difícil de dominar.

Muchos experimentos han demostrado que los lectores entienden y recuerdan lo que leen mucho mejor cuando se expresa en un lenguaje concreto que les permite formar imágenes visuales, como las frases que aparecen a la derecha:

Ahora bien, si unimos la fijación funcional con la agrupación conceptual, y aplicamos el resultado a esa maldición que oculta nuestros pensamientos conscientes, tendremos una explicación de por qué los especialistas utilizan tanta terminología particular, junto a abstracciones, metaconceptos y sustantivos zombis. No están intentando confundirnos, epatarnos o engatusarnos: ¡es que piensan así!

El bebé que ni se fija en el regalo de cumpleaños y juega con el papel de regalo que lo envolvía nos recuerda hasta qué punto perdemos nuestra perspectiva sobre los objetos como objetos y pensamos en ellos como medios para un fin.