El único acto de grandeza que tuvo Graciela fue abandonarme para regresar con su esposo, quien venía de cumplir una vulgar obligación: vivir con su secretaria luego de defraudar una empresa. De sobra conocía sus razones, pero me prometí que pagaría la ofensa y hablaba de dolor; bebí como nunca lo hice y busqué en otras mujeres la salvación.