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D.H. Stevenson

El libro de la señorita Buncle

  • Dianela Villicaña Denaalıntı yaptı3 ay önce
    Se habrá comprado uno –dijo el señor Bulmer.
    –¿Barbara Buncle? –chilló la señora Carter, incrédula–. Esa mujer es más pobre que las ratas.
    –¿De verdad? –dijo el señor Bulmer con sarcasmo–. ¿Está usted segura? Se habrá forrado con la primera novela, e incluso más con la nueva.
    –¿Que se habrá forrado? ¿A costa de esa porquería? –inquirió la señora Featherstone Hogg poniendo el grito en el cielo.
    –Sí, habrá ganado cientos de libras. Esas noveluchas se venden hoy como rosquillas –dijo el señor Bulmer con resentimiento
  • Dianela Villicaña Denaalıntı yaptı3 ay önce
    Barbara Buncle siempre me pareció medio idiota –manifestó la señora Featherstone Hogg.
    –Los libros no desmienten esa opinión suya, a la vista está –dijo la señorita Snowdon respirando entrecortadamente, pues acababa de llegar, casi sin aliento, remolcando a su padre y a su hermana
  • Dianela Villicaña Denaalıntı yaptı3 ay önce
    Me refiero a Ernest… el señor Hathaway, ya sabe. Es maravilloso, Barbara, es un amor tan grande que no hay palabras para expresarlo. Lo adoro. No es la primera vez que me enamoro, no crea –continuó, dándoselas de sabia y experta–, pero ahora es completamente distinto… Esto es amor verdadero. Solo estamos esperando la carta de mi padre, luego nos casaremos y seremos felices para siempre.
  • Dianela Villicaña Denaalıntı yaptı3 ay önce
    Va a casarse con él, ¿no? –preguntó Barbara con picardía.
    –¡Bah, eso era solo una tontería mía! –dijo Sally, aunque se ruborizó–. No se tome al pie de la letra todo lo que digo, querida Barbara. Cuando me pongo contenta, me acelero y digo todas las tonterías que se me pasan por la cabeza. ¿Cómo voy a querer casarme con un desconocido
  • Dianela Villicaña Denaalıntı yaptı3 ay önce
    Por último, el señor Featherstone Hogg. Barbara se puso muy contenta al enterarse de que el buen hombre se divertía de verdad. Apreciaba al señor Featherstone Hogg, siempre la había tratado con amabilidad y a ella le gustaba pagar con buen trato a quien la trataba bien; por eso lo había favorecido tanto en Más poderosa es la pluma..
  • Dianela Villicaña Denaalıntı yaptı3 ay önce
    Margaret Bulmer era otra de las grandes proezas atribuibles a El perturbador de la paz, pero de una forma muy distinta. Cuando Margaret volvió de la larga estancia con sus padres parecía diez años más joven y se encontró con un marido mucho más amable y considerado.
  • Dianela Villicaña Denaalıntı yaptı3 ay önce
    Volvió a casa pensando con satisfacción en los Weatherhead. Era evidente que el matrimonio había salido bien, los dos parecían muy felices. La unión de los Weatherhead era su mayor proeza, aunque sería más exacto decir la mayor proeza de El perturbador de la paz. Habían hecho exactamente lo que decía el libro… ¡y sin escándalos! Sentía por ellos un interés como si fuera su propietaria
  • Dianela Villicaña Denaalıntı yaptı3 ay önce
    Tenía mucho cariño a Copperfield, naturalmente, pero, ahora que ya había escrito dos libros, el pueblo idílico empezaba a borrársele de la cabeza. Ya no podía entrar en Copperfield a voluntad, la puerta estaba cerrada; ella misma la había cerrado, por supuesto, pero ya no podía abrirla otra vez.
    –¿Sentirá mucho dejar Silverstream? –preguntó el señor Abbott, comprensivo.
    –No –contestó Barbara–; en realidad, creo que no.
    –Bien –dijo él sonriendo y frotándose las manos
  • Dianela Villicaña Denaalıntı yaptı3 ay önce
    Todo el mundo dirá: «¿Quién diantres es el señor Abbott? ¿No será el editor? ¿Cómo es que la señorita Buncle lo conoce tanto?».
    –Sí, claro –dijo Barbara, un poco más desanimada–. ¡Qué listo es usted! Es mucho más inteligente que yo. A mí nunca se me habría ocurrido hasta que ya hubiera sucedido
  • Dianela Villicaña Denaalıntı yaptı3 ay önce
    Hablaron de Más poderosa es la pluma... y el señor Abbott dijo que, en su opinión, era incluso mejor que El perturbador de la paz. Solo tenía dudas sobre el secuestro del niñito de los Rider. Según él, en el país nadie secuestraba niños y le parecía una lástima introducir un episodio tan inverosímil en una crónica de sucesos cotidianos que, por lo demás, era completamente verosímil e incluso verídica
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