Harvard Square

Rebautizaba todo lo que frecuentaba, para subvertir el mundo y dar a entender que había otras formas de ver y nombrar las cosas, y que todo tenía que recibir un bautizo de fuego, para quedar limpio de hipocresías y ortodoxias, antes de incorporarlo a su órbita. Era una forma de reinventar el mundo a su imagen o a imagen de lo que quería que fuera el mundo: su forma de apoderarse de aquella ciudad fría, inhóspita, superficial y de cartón piedra, y bajarle un poco los humos para convertirla en un lugar más amable, más íntimo, más cómplice, más soleado y que le abriese un pasadizo secreto y en última instancia se le rindiera con una sonrisa: aspiraba, como Alí Babá, a encontrar el apodo justo para ella en el francés de su invención.

Uno no se sienta a la mesa sólo para comer. La comida es para alimentar la amistad

No sabes ni hablar y esperas que discutamos...

Quería apestar a sexo, tocar cada región de mi cuerpo y saber dónde había estado, lo que había hecho, lo que le habían hecho la noche anterior.

no podía apartar los ojos de ella, ni yo de sus piernas mientras me preguntaba una y otra vez si el responsable de aquellos muslos era Dios o el régimen de las academias de baile de la Europa del Este

Estás más pálido que una aspirina.

gustaba el jazz, el jazz antiguo, Gene Ammons, sobre todo cuando lo escuchaba en sourdine, con el volumen muy bajo, ya que el saxo tenor bloqueaba todos sus malos sentimientos y le hacía pensar en romances, en calurosas noches estivales en que bailamos con una mujer, mejilla con mejilla, cuando los prolongados sones líricos del saxofón hacen que deseemos el amor aunque hayamos dejado de creer que el amor existe en este planeta.

Hablar es bueno, pero hay que pedir café

Desde luego, estaba muy orgulloso de su piel de bereber–. Éste es el color del trigo y el oro.