Cierto es que Putin se enfrentó en su momento a tres oligarcas que dieron el mal paso de plantarle cara políticamente. Hablamos de Borís Berezovski, Vladímir Gusinski y Mijaíl Jodorkovski. Todos los demás campan, sin embargo, por sus respetos, hasta el punto de que, luego de haber recibido garantías de que los jueces no examinarían cómo habían labrado sus fortunas —y luego de asumir, bien es verdad, las normas de un capitalismo más regulado—, sobran las razones para afirmar que son los que dictan, en la Rusia contemporánea, la mayoría de las reglas del juego en un escenario marcado por una alianza entre los magnates que nos ocupan y gentes procedentes de los servicios de inteligencia y seguridad.